Según el Anuario Estadístico de la FAO 2024 sobre la
agricultura y la seguridad alimentaria mundial, en los últimos años se observo
un aumento en el uso de fitosanitarios, convirtiéndose en un tema central de
cara a mejorar las prácticas agrícolas y contribuir con una alimentación más
saludable.
Su uso responsable, controlado y adecuado puede mejorar la
producción y calidad de los cultivos. Lo opuesto puede acarrear consecuencias
ambientales y de salubridad por la contaminación del suelo, el agua, la pérdida
de biodiversidad, la emisión de gases de efecto invernadero y el residuo
químico en el grano.
La presión por incrementar la producción agrícola para dar
abasto con la demanda de alimentos puede explicar la industrialización química
de la agricultura hasta nuestros días.
Según la FAO hasta entrada la década del 70, cada año, el 20%
de la población mundial padecía hambre en forma epidémica.
Pero ese porcentaje comienza
a disminuir significativamente a partir de la década del 80 llegando a
ser, en la actualidad, menor al 9%.
Las innovaciones agrícolas en avances genéticos y el uso de
químicos asociado a ello han logrado incrementar el rendimiento de los cultivos
exponencialmente, y la disponibilidad de alimentos de la misma manera.
Pérdida de biodiversidad
Sin embargo, el lado B de esta innovación positiva fue la
pérdida de biodiversidad a escala global, y de microorganismos y nutrientes de
los suelos que promueven alimentos más saludables. Junto a la excesiva carga
química residual en granos que se traduce a la cadena alimenticia, y un
desequilibrio extendido de la agricultura en su impacto en flora, fauna y
ambientes naturales.
A su vez, la industrialización química de la agricultura,
caracterizada por el uso intensivo de pesticidas y fertilizantes sintéticos,
fue objeto de estudios que investigan su posible relación con el incremento de
trastornos del espectro autista (TEA) en las últimas décadas.
Según FAO, aunque no se puede establecer una relación causal
directa, diversas investigaciones sugieren una correlación entre la exposición
a ciertos agroquímicos y un mayor riesgo de desarrollar TEA.
Este panorama global se entrecruza con otra tendencia
mundial: los consumidores son mucho más conscientes y se muestran interesados
en conocer de dónde provienen sus alimentos, cómo se producen y qué impacto
tiene su producción en su salud y en el ambiente.
Mayores controles
Así, se impulsa a la industria alimentaria a llevar un mayor
control de la materia prima que utiliza y mejorar sus procesos productivos. Se
vuelve imprescindible el uso de tecnologías y plataformas que permitan la
trazabilidad y el registro de cada etapa, desde el cultivo hasta el envasado
del producto final.
“Ante este escenario global, Argentina tiene una gran
oportunidad para convertirse en un actor clave del cambio, aprovechando su
capacidad agrícola, la tecnología disponible y el potencial de la industria
alimentaria alineada con las Empresas CPGs (Consumer Packaged Goods): aquellas
que producen alimentos que pueden incorporar en sus productos atributos sobre
cómo fueron tratados de manera responsable desde el campo hasta la mesa del
consumidor cuidando la salud de las personas y del ambiente”, explica Diego
Hoter, CEO y Co-founder de ucrop.it.
Entonces, ¿qué ocurre con el aumento de los fitosanitarios y
cómo se los puede usar de manera responsable? Sobre esto, Hoter señala:
“Trazar, medir y conocer el impacto del uso de estos productos en la protección
de los cultivos permite a los productores y empresas tomar decisiones de manera
consciente. Es indispensable para fomentar una gestión agrícola basada en
métricas que se ajusten a las nuevas demandas ambientales y del mercado; además
de mejorar la eficiencia de las producciones”.
Uno de los datos que se puede obtener a partir de la
trazabilidad de los cultivos es el Índice de Impacto Ambiental, también
conocido como EIQ (Environmental Impact Quotient). Este permite evaluar el
efecto que tienen la aplicación de productos fitosanitarios en la producción
agrícola y en el ambiente. Tomando diferentes factores, como la cantidad y
tipos de fitosanitarios utilizados, la frecuencia de aplicación, las dosis de
los productos utilizados y su residualidad, entre otros.
Argentina tiene una gran oportunidad, como lo empieza a hacer
Estados Unidos en su reciente lanzamiento “Haciendo América Más Saludable (MAHA
por sus siglas en inglés), de alinearse con una agricultura naturalmente
positiva que tenga en su objetivo mejorar la salud humana, animal en calidad y
sustancia desde el campo hasta el mercado. Simplemente porque es mejor negocio
hacerlo.
Una producción agrícola promotora de la salud humana, con
mayor densidad nutricional, menos intensidad en el uso de fitosanitarios y que
preserve los biomas naturales de producción enriqueciendo los suelos, es
promover una mayor expectativa de vida de aquellos mismos consumidores.
La integración de la tecnología no solo mejora la eficiencia
de la producción agrícola, sino que también lleva a una mayor transparencia y
confianza en los productos que se consumen y se exportan. Permite demostrar
cómo una agricultura naturalmente positiva impacta en mejores alimentos y
permite decirlo en forma justificable, trazable, verificada.
Como resultado, se obtiene un win-win: cuidar las condiciones
del ambiente y promover productos más saludables, cuyos atributos pueden ser
trazados y contados a un consumidor que los está esperando.
(Noticias AgroPecuarias)