Comienza el invierno y con ello la vuelta de algunas
afecciones cutáneas características de las bajas temperaturas. Así lo registran
desde la División de Dermatología del Hospital de Clínicas "José de San
Martín" de la Universidad de Buenos Aires, donde informan que un 20 a 30%
de las consultas médicas hasta agosto, inclusive, están directa o
indirectamente vinculadas con los efectos del frío y de los ambientes
calefaccionados.
“Las patologías por las que suelen consultar en el invierno
son la xerosis cutánea (piel seca), la dermatitis atópica (o eczema invernal),
la queilitis (labios agrietados), la rosácea y la psoriasis (que desmejoran con
el clima frío intenso). Además, si bien no son tan frecuentes como las
anteriores, debemos mencionar dermatosis típicas de las temperaturas bajas como
ser la perniosis, la paniculitis fría, el fenómeno de Raynaud y la urticaria
por frío. Además, en el invierno pasado aumentó como hace años no se veía la
cantidad de casos de eritema pernio (sabañones)”, amplía la Dra. Graciela
Manzur, jefa de la División de Dermatología del Hospital de Clínicas.
Desde el sector explican que el frío reduce la actividad de
las glándulas sebáceas, y en consecuencia la producción de sebo y lípidos que
componen el manto hidrolipídico. Esto deteriora la función barrera, facilitando
la pérdida de agua. El resultado es una piel más seca, tirante y reactiva. Por
otro lado, pasar repetidamente del exterior frío a interiores calefaccionados
genera vasodilatación reactiva, que puede exacerbar condiciones como el
enrojecimiento de la rosácea.
El uso de estufas y calefactores eléctricos o a gas reduce la
humedad ambiental. Esto, sumado a las bajas temperaturas, comprometen la
respuesta inmune innata cutánea. Hay una reducción en la expresión de péptidos
antimicrobianos (como catelicidina y defensinas), lo que facilita
sobreinfecciones en piel agrietada. Se altera también la microbiota
superficial, favoreciendo la disbiosis.
Por su parte, el viento erosiona mecánicamente la capa
córnea, particularmente en zonas expuestas (cara, labios, manos). Favorece la
aparición de microfisuras y disrupciones en el estrato córneo, lo que
incrementa el riesgo de inflamación e ingreso de irritantes o alérgenos.
Además, el viento produce vasoconstricción superficial, disminuyendo el flujo
sanguíneo cutáneo y ralentizando los procesos de reparación.
Además del frío y el viento, hay otros factores que afectan
la salud de la piel durante el invierno. Entre ellos se encuentran el tipo de
calefacción utilizada, los cambios en los hábitos de higiene, el uso de ropa
oclusiva o irritante, la menor exposición al sol, la reducción de la
ventilación de la piel, las variaciones en la alimentación e hidratación, y el
uso frecuente de barbijos, bufandas o prendas ajustadas al cuello.
Recomendaciones para dar a los pacientes sobre el cuidado de
la piel durante el invierno
• Hidratación frecuente: usar cremas ricas en ceramidas, urea
(5–10%), ácido hialurónico, glicerina, manteca de karité, pantenol o
niacinamida. Aplicar las cremas justo después del baño, con la piel aún húmeda.
Repetir la aplicación al menos dos veces al día, especialmente en piel seca,
sensible o agrietada.
• Higiene suave: Evitar duchas largas y con agua muy
caliente. Usar limpiadores sin jabón (syndet), preferentemente en crema o
emulsión. Evitar productos con sulfatos, perfumes, alcohol o exfoliantes
agresivos.
• Protección de zonas vulnerables: En labios, evitar
productos con fragancias y aplicar bálsamos con vaselina, lanolina, manteca de
karité. Manos: usar guantes de algodón y cremas barrera tras cada lavado. Pies:
aplicar cremas con urea al 20% si hay sequedad o engrosamiento. Rosto: cubrir
con bufandas suaves y evitar la exposición directa al viento.
•Mantener el uso de protector solar: Aplicar diariamente,
incluso en días nublados o fríos. Elegir fórmulas hidratantes, adaptadas al
invierno. También es importante aplicarla si se pasa mucho tiempo frente a
pantallas (computadoras, celulares, tablets, etc.) por su luz azul y sus
efectos negativos.
•Evitar contrastes térmicos bruscos: No exponerse
directamente a la calefacción intensa. Evitar cambios rápidos de temperatura
entre el exterior frío y espacios cerrados calefaccionados.
• Vestimenta: Preferir ropa de algodón o tejidos suaves en
contacto con la piel. Evitar prendas sintéticas o lana directa sobre zonas
sensibles. Para quienes trabajan al aire libre, se recomienda proteger la piel
con barreras físicas (ropa adecuada) y usar protector solar todos los días.
• Alimentación e hidratación saludables: Beber entre 1.5 y 2
litros de agua por día, aunque no haya sensación de sed. Consumir alimentos
ricos en omega 3 y 6 (pescados grasos, chía, nueces, aceite de oliva),
vitaminas A, C, E, D, zinc y antioxidantes.
• Cuidado especial en niños y adultos mayores: En los más
chicos, aplicar emolientes con frecuencia, evitar productos irritantes y cuidar
zonas de pliegues. Los adultos mayores requieren una humectación diaria
intensiva, dado que la principal causa de prurito en este grupo es la sequedad
de la piel.
• Atención a patologías dermatológicas agravadas por el frío:
Mantener tratamientos. Consultar ante fisuras, prurito intenso, sangrado o
signos de sobreinfección. Evitar desencadenantes de rosácea como comidas
picantes, alcohol, sauna o calor directo.