Por Boppo, el cronista beatnik del jazz
Era marzo de 1939. El Café Society de Nueva York —el primer
club nocturno integrado racialmente en la ciudad— estaba lleno. Billie Holiday,
con apenas 23 años, se preparaba para cerrar la noche. Pero esta vez no sería
con un estándar ni con una balada de amor. Sería con algo que nadie esperaba.
Pidió que se apagaran todas las luces, salvo un único foco
sobre su rostro. Ordenó que se interrumpiera el servicio de bebidas. Y
entonces, con la sala en penumbra y el murmullo contenido, cantó:
“Southern trees bear a strange fruit…”
(Los árboles del sur dan una fruta extraña)
La letra hablaba de cuerpos colgando de los árboles. De
sangre en las hojas. De una cosecha amarga. Era una denuncia directa a los
linchamientos raciales en el sur de Estados Unidos. El público enmudeció. Nadie
se movía. Nadie aplaudía. Al terminar, el foco se apagó. Billie salió del
escenario sin decir una palabra. Según algunos testigos, fue al baño a vomitar.
No por debilidad, sino por el peso de lo que acababa de hacer.
La canción había sido escrita por Abel Meeropol, un maestro
judío del Bronx, conmovido por una fotografía de un linchamiento. Pero fue
Billie quien le dio voz. Y esa noche, en tres minutos, el jazz dejó de ser solo
música: se convirtió en testimonio, en resistencia, en herida abierta.
Porque detrás de cada nota hay una historia… y detrás de cada
historia, un latido sincopado.
Fuentes: Wikipedia – Strange Fruit, El Nacional – Strange
Fruit: el grito de Billie Holiday, Hermeneuta – Canciones con historia